sábado, 2 de octubre de 2010

Una Nota en el Cuaderno.

En el instante que por primera vez te vi me caíste muy bien, de presencia, sin siquiera hablar contigo ni una sola palabra. Fue desde ese momento mi interés por conocerte. Me pareciste agradable, y fue justamente por esa entremezclada esencia de humildad-pedantería-indiferencia que proyecta tu andar. Después de unos días y de una cuota de esfuerzo, la primera conversación me resultó agradable. Pero al despedirnos, de inmediato apareció tu indiferencia autóctona a luz de tu mirada.

Cuando te volví a ver me alegré. No hallaba como hablarte o intentar siquiera poder esbozar un saludo desde corta distancia. Traté mil formas de llamar tu atención, hasta el punto de rallar en la ridiculez. A la salida de la biblioteca me miraste seriamente y después de pensarlo mucho, soltaste un poco entusiasmado “Hola”. No se que pasó, pero desde esa vez te tomé mucho cariño y desee explorar tu vida, en búsqueda de esos secretos de origen, que me llevaron de la decepción al fracaso. Aún así, sentía haberme ganado por lo menos tu amistad, y no sólo eso, tu confianza.

Era tanta nuestra risa en el trayecto de viaje a Temuco, que parecíamos dos locos riéndonos de payasos imaginarios. Pero nada de eso nos importaba y nos hacia libres, livianos y protagonistas de las miradas cómplices de aquella gente.

Si tuviera que describirte, a lo mejor mis análisis no serían muy acertados sobre ti. Es que a veces siento que te conozco de hace bastante tiempo, y otras veces tu personalidad me resulta desconcertante. Como alguien también me dijo, tus acciones parecen tan comunes y aburridas para el común de la gente, en cambio otras veces tan impredecible con tus actitudes, que sorprende verte y escucharte. Me haces sentir de muchas formas, incluso inferior. No sé si es tu verdadera intención o tu forma tan particular de explicar tu existencia.

Durante este año, mi desafío fue explorar en tu compleja personalidad de infante indomable, en la búsqueda de esa fuente de sabiduría añeja que mencionas en cada una de tus teorías. Me sorprendí al conocer tu núcleo. Amor y odio parecieron ser la misma cosa. Me desvanecí con tus emociones y lloré con tus penurias. Esa sabiduría era sólo tuya, limitada y algo cerrada. Me molesté conmigo al enterarme de tu conformidad con la existencia mundanal, como aceptando lo bueno y malo que el día a día traía sin ningún reparo. Tu ternura abundante sólo la derrochabas en momentos en que nadie te lo pidiera. Tanta fue mi sorpresa y desconocimiento que hasta ahora, a tus 23 años me pareces inalcanzable.

No me equivoque al mirarte y quedarme en tus ojos. Aquellas grandes y negras ventanas de tu alma me dijeron mucho más de tus emociones. Me topé con una pena inmensa guardada en tu interior y producto de eso un intenso dolor, acunando la gestación de una soledad eterna. En definitiva, nadie sabe de lo tuyo. Yo quizás lo sospecho, pero se que Dios sigue siendo tu testigo. El único al que has contado tu dolor y el motivo de mostrar esa blanca sonrisa, para opacar la verdad expuesta de tu mirada.

Mi criatura de los ojos tristes. Piensas en verdad que nadie te ha visto y te esfuerzas por conservar esa invisibilidad. Yo que siempre he estado ahí contigo, puedo decirte una cosa con seguridad: que toda persona que algún día te conoció, se ha llevado consigo un pedacito de ti. Porque aunque tus penas, tu dolor y secretos sean muchos, la gente que se haya topado contigo, no te olvidará fácilmente. Y quedara en el recuerdo de todos, el haber compartido con una gran persona.