domingo, 9 de julio de 2006

Una Hermana y su Abrazo

Querido Blog:

Mientras transitaba solitario por el anochecer reciente de aquel día, esquivando al viento invernal que me apresaba por las callecitas del Barrio Madera, me tropiezo con una escena que llama mi atención. En la plazoleta siguiente, justo al frente en mi dirección, dos muchachos avanzan presurosos pretendiéndose escapar de la lluvia, que con aislados goterones anunciaba su caída.

Los personajes: una chica de aproximadamente 17 años de edad (muy bonita por lo demás), se hacía acompañar por un chiquillo desabrigado, delgado, a simple vista cuatro años menor que ella. Ellos no se dan cuenta que de entre las sombras de los antejardines, a muy poca distancia los observo.

La muchacha abraza al niño en una acción natural y algo protectora. El chico visiblemente molesto por ese gesto de cariño le refuta lo siguiente: ¿Para qué me “abrazaí”?! ¡No me gusta que me abracen! Ella le responde en un tono conciliador y casi maternal: Pero si somos hermanos… de que te preocupas? _Pero a mí no me gusta que me “abrazí” tú…! aparte... nos pueden ver mis compañeros. Le respondió el muchacho. Ella, como sacando frases desde lo más íntimo de su corazón le contesta: Déjame abrazarte ahora que estás “chiquitito”, porque cuando más grande serán otras las que te abrazaran y que a lo mejor yo, no conoceré nunca. Ahí te olvidaras de los abrazos de tu hermana y no los vas a necesitar jamás.

El chico más convencido de aquella idea se resigna, y se allega a su hermana con rostro entremezclado de placidez y conformismo. _Tonto! ¡Te dije que te pusieras casaca porque nos iba a llover! Ahora te aguantas si yo te tengo que cubrir. Fue la última expresión de la hermana. Luego de ésto, ambos se pierden entre risas por los callejones empozados del Madera, sin haber notado mi muda presencia.


En el instante adecuado, dejo escapar un suspiro vago motivado por la emoción de tan particular escena. Sigo en mi ruta a casa entretenido: pisoteando el agua y jugando con el viento y la capucha de mi parca, pero a la vez, meditando en las palabras de aquella hermana. Cuanta verdad y sentido, pero también… ¡cuanto error en las frases de la hermosa niña! Si bien, uno ha crecido y ha probado el calor de otros brazos, hay momentos en la vida en que el frío de las tormentas circunstanciales de tu destino, te hacen anhelar el abrazo protector de un ser querido. Quizás en esos momentos, el abrazo de un hermano o una hermana sea tu mejor abrigo. Son las cosas de la vida… de seguro, ya lo entenderá aquel niño.

Me detengo en la esquina y la lluvia me sorprende rauda a la salida del Barrio Madera. Ya no importa si me mojo. Sólo restan dos cuadras para llegar al calor del ansiado destino: Mi hogar.


martes, 4 de julio de 2006

Se nos fue Julieta


Mi niño… se me fue mi hermana”. Fue la exclamación entre sollozos y ahogos de la señora Nelly cuando me acerqué a ella a darle mis condolencias. Aquellas palabras tan sentidas, hicieron que mi pena, que ya había llegado a su punto más alto de acumulación, se hiciera manifestar con unas cuantas lágrimas en mis ojos. Aunque no soy de aquellas personas que lloran regularmente en público o en privado -más bien un tipo frío e indiferente- esa situación lo ameritaba bastante.

Mientras abrazaba a la señora Nelly, que avanzaba detrás de la urna por el pasillo principal del templo en donde velaban a su hermana Julieta, presentí, que por un segundo ella se desvaneció entre mis brazos. Me sentí con la obligación de expresarle alguna palabra de aliento mientras la sostenía. La verdad, no tuve valor para decirle nada. No me salían las palabras y aparte, nunca he sido bueno para esas cosas. Quería manifestarle mi congoja por la pérdida de su hermana, quién siempre me manifestó un profundo cariño.

Con más de dos mil personas asistentes, un templo evangélico repleto, el altar decorado con cintas blancas… y de fondo: la Carola entonando líricamente ese himno “Cerca Más Cerca, Oh Dios de Ti”, acompañada por el Iván en el órgano, hacía que el ambiente se volviera hermoso, casi celestial; pero a la vez penoso por la pérdida de una gran mujer, que todos los que estábamos ahí presentes tuvimos la suerte de conocer.

Julieta era una señorita de más o menos 45 años a quién la había conocido junto a su familia apenas hace unos siete años atrás. Nos unía una profunda amistad entre su familia y la mía. Una mujer muy extrovertida, tierna, carismática, desprendida, solidaria; siempre con una sonrisa en su rostro. A nosotros como familia nos quería bastante sobre todo a mí y a mis hermanos. Cuando nos encontrábamos en la calle siempre era un saludo cordial, acompañado de un beso, una caricia y un abrazo. Era de aquellas pocas personas que sin preguntar mucho sabía las inquietudes de los demás, y con cierta cuota de sabiduría te regalaba las palabras justas y agradables que necesitabas escuchar en áquel momento.

De su vida pasada no se mucho. Las malas lenguas decían que era una señorita “coqueta y enamoradiza”. Sin embargo, hace siete años, ella abrazó una Fe que cambio completamente su vida, su personalidad, volviéndose tremendamente alegre y positiva.

Julieta, pasó a formar parte de la larga lista de mujeres victimas del Cáncer de Mamas en nuestro país. Según dicen sus familiares, ella lo sabía de hace un año pero nunca optó por recurrir a los médicos para ponerse en tratamiento. En vida, recibió varias críticas por doctores y gente conocida, incluso de entre sus familiares. Sin embargo, ella había abrazado una Fe que era mucho más fuerte que su enfermedad. Su fuerte amor por Dios, la hacía confiar siempre en que él la iba a sanar y en eso se aferraba firmemente. Cuando conversaba con ella, siempre me decía: yo se que sirvo a un Dios vivo y grande, y si a él le place me va a sanar, y si no… que se haga su voluntad para conmigo. Ni lo alto ni lo bajo me apartara del amor de Cristo. Sin duda esa Fe me dejaba atónito. Al verla tan decidida, tan confiada, hacía que mi ego se volviera tan mínimo. Una alegría y una paz que irradiaba, aún debilitada en cama por el dolor. Jamás se sometió a tratamiento médico sabiendo la gravedad de su enfermedad. Decía que tomaba vitaminas de Fe todos los días. En su postración, seguía dando ánimos y fuerzas a la personas que la visitaban. Era sin duda una mujer admirable. Me faltan las palabras para describir aquella fuerza que se veía en sus ojos, que se transmitía a todas sus cercanos que la contemplaban en su terrible dolor.

A mediados de marzo de este año, ella llegó a mi casa con algunos “frutos de su fundo” como siempre decía. Y para mí, una botella de chicha de manzana “fresquita”. Esa vez fue el último momento que la vi en pie. Cayó en cama para no levantarse más y pasar 4 meses postrada, desahuciada, sin ningún remedio ni calmante que le apaciguara sus dolores.

El viernes en la tarde, por fin su cuerpo dejo de sufrir. Esa tarde, un ángel paso lista por ella allá en los cielos. En conciencia nos dejó, pero sus virtudes y su gran lección de vida; esa fuerza y esas ganas de vivir que siempre tenía, quedaran grabadas muy dentro de nuestros corazones.

En el servicio fúnebre del templo, el Pastor dijo en su mensaje: El hombre nacido de mujer es corto de días y hastiado de sin sabores. Mi piel se corromperá en el polvo pero mi alma renacerá para alabar al creador de mi alma. Agregó además: Julieta no ha muerto, ella sólo duerme. Nos aventajó en este peregrinar, dejando esta dura batalla de vivir en medio de los sinsabores de este mundo, para encontrarse con el amor y redentor de su vida. Palabras que sin duda nos consuela y nos dejan mucho que reflexionar. Quizás Dios no sanó su cuerpo, pero si su alma, y le plació su voluntad llevársela, por que vio en ella un tesoro muy preciado que necesitaba descansar.

Nunca antes la muerte y el cáncer me habían dejado tan conciente sobre estos temas. Pensaba en el propósito que Dios nos tenía en esta vida. Como se dijo en ese día: Jehová lo dio, Jehová Dios lo quitó, sea el nombre del Señor bendito.

Julieta... gracias por todo lo que nos has enseñado, dándonos una gran muestra de Fe y valor. Desde ya te decimos con mucha tranquilidad y consuelo todos los que te conocimos: QUE EN PAZ DESCANCES.