sábado, 23 de junio de 2007

No Era Mi Día

Ocurrió un día viernes del año pasado. Me había levantado con el “pie izquierdo”. Toda la paciencia que tenía en un momento había llegado a su nula expresión. Con tanta rabia acumulada, podía llegar a ser un peligro público. Por tal razón, recurrí a la vieja táctica del autoexilio. Me encerré en mi pieza para no hablarle a nadie y para que nadie me hablara. Evité de contestar teléfonos y atender la puerta de mi hogar, en caso de encontrarme con el cartero repartiendo las cuentas de fin de mes, o algún Testigo de Jehová haciendo sus típicas preguntas: _ ¿Cree Usted en la vida después de la muerte?_ En fin.

Mientras trataba de relajarme escuchando System Of A Down sin piedad con mis oídos, me avisan que se había escapado mi perro. Después de los típicos rosarios que uno dice en este tipo de casos (y después de haber pateado más de algún objeto tirado en el suelo), salí a la búsqueda furiosa de mi “kiltro”. No quería ni imaginar las maldades que podría haber hecho suelto en la calle. Las primeras novedades a los 5 minutos de libertad, fueron: el antejardín de mi casa estropeado, niños chicos arrancando y una vecina regañando, queriendo tomar venganza con una escoba, todo porque mi perro le había pegado al suyo y lo había dejado aullando.

Parecía un día fatídico. Se me venía a la cabeza lo mal que me fue en la entrevista anterior, el corte desastroso que me hizo la peluquera y el extravío de los únicos $10.000 que me quedaban para pasar el fin de semana, entre otras cosas. Más aún, que lograr tomar a ese perro, era todo un desafío. Pero ahí estaba yo, llamando a mi linda mascota, deseándole todo el amor del mundo, y así evitar que la bruja de mi vecina le diera un escobazo. Lo miraba con furia y él lo sabía, por eso más se arrancaba de mí. Como no lo iba a tomar sino recién a las 5 horas después, decidí entrar una vez que la vecina, su escoba y su perro gritón, se retiraron a su cueva.

Retorno otra vez a la trinchera de mi cuarto para dormir, y me encuentro con una sorpresa. Mi sweater rojo que llevaba tan sólo una semana de uso, aparecía encogido después del primer lavado. Traté de buscar respuesta con el primer ser viviente que apareciese por mi vista, pero nadie se asomó.

No hallaba que hacer para deshacerme de tanta mala suerte. Me puse el sweater para ver hasta cuanto había sido lo encogido. Me miro al espejo y sin darme cuenta, estaba riéndome a carcajadas como loco. Descubrí en ese momento, que riéndome de mi propia desgracia, podía relajarme un poco. Al final, me quedé dormido con el sweater puesto, tirado sobre mi cama.

Más tarde y después de haber entrado a mi perro, me visita un amigo al cuál no veía hace mucho tiempo. Como andaba apurado, sólo venía a devolverme $20.000 que supuestamente yo le había prestado. La verdad que ni me acordaba, pero feliz se los recibí.

Ya de noche y con los $20.000 en mi bolsillo, aún seguía molesto. No dejaba de pensar en los desaciertos de aquella semana, del mal día que había tenido y de mi suerte en adelante. Como no quería contestar el teléfono y la insistencia del llamado era mucha, me decidí con mucho esfuerzo a contestar. Era la dulce y amable voz de una secretaria. Me citaba para una próxima entrevista laboral. Según ella, había quedado junto a otras 5 personas para la última etapa del concurso. Aparentemente, la mala suerte de aquel día, había por fin terminado.