viernes, 29 de octubre de 2010

Aniversario Bloguero.

Pasaron muchas cosas antes de retomar y actualizar mi bitácora. Fueron casi 3 años en que mantuve abandonado este Blog, periodos en los que viví y sobreviví cargado de nuevas historias y emociones. Con mas “patas de gallos” y arrugas en el entrecejo que aquel 29 de octubre de 2005, cuando aún mas candido e inocente, decidí plasmar en palabras mis primeras impresiones cotidianas. Y es que siempre pensé que escribir, era una manera de mejorar en palabras la realidad que un día soñamos.

La inspiración llegó de repente. Una noche cualquiera, en mi último año de Universidad en Temuco, escuché una canción por la radio, cuyo estribillo quedó resonando en mi conciencia por mucho tiempo, sin saber exactamente de que grupo se trataba. Decidí en ese momento que debía escribir, como una forma de desahogo al arsenal de historias absorbidas por parte de personas que confidenciaban en mí sus más sórdidos secretos. Pero no sólo eso, pensaba que sería novedoso contar el proceso de vivir algunas etapas pendientes, y relatar aquellos “colores nuevos” y “días claros” descubiertos en cada amanecer, como mencionaba la letra de aquella canción.

De las primeras personas que comentaban regularmente en mi Blog, ya prácticamente no queda nadie. Con la evidente irrupción del Facebook, Twitter, Flickr y otros portales sociales,  los “blogueros” quedamos renegados a un espacio muy reducido dentro del mundo cibernético, contrastando con su año dorado en el 2005.

Nada más agradecer a todos los amigos, que durante este retorno han pasado a dejar sus comentarios e impresiones a las cosas que he redactado. Y en especial a Katia, quien es la única “amiga bloguera” que permanece vigente desde mis inicios, y con la cuál hemos generado una linda comunicación virtual.

En resumen, ya son 5 años escribiendo en esta página, donde cada historia, canción o frase tiene directa relación conmigo, o por lo menos alguna cercanía con más de algún personaje. Siento que en el periodo que dejé olvidado mi Blog, me pasaron cosas importantes, experiencias claves, que son historias pendientes aún por contar más adelante.

Como parte de esta celebración, agrego el video con la canción del grupo español “Chambao”, que permanece dentro de mi lista de canciones favoritas en mi reproductor, cuya letra fue la principal inspiración a esta historia llamada “DE LO MIO MUCHO”. Para todos Ustedes, un gran abrazo: Sólo Adán.


jueves, 28 de octubre de 2010

La Mosca

Aquella mañana de Septiembre, a sus 13 años recién cumplidos, se sintió mayor y hermosa. En comparación a esos compañeros de curso, que durante los días de clases la molestaban tirándole el pelo, golpeándole la espalda, o escupiendo sobre ella una que otra grosería, de mofa a su apariencia física. Se bañó como lo hacía siempre, cada día por medio y con agua fría, bajo un chorro de ducha similar al de una manguera, en su humilde cuarto de baño en población Independencia. Esta vez se pondría perfume, por si lograba llamar la atención de “Chaparro”, el chico tímido del curso que se sentaba detrás de su mesa.

Odiaba sus lentes. Esas grandes estructuras negras rescatadas como del siglo pasado, conformadas por dos cristales mohosos, gruesos y desproporcionados, que ocultaban su estilizado rostro moreno y velludo. Era el accesorio culpable por el cual todos la identificaban como “La Mosca”. Pero entendía que sin ellos, difícilmente podría distinguir las miradas burlonas de los que siempre, con una renovada palabrota, la recibían todas las mañanas a eso de las 8:00 AM, en la única escuela pública que aceptó matricularla en Octavo Grado.

Se amarró su pelo abundante y negro en una larga cola bajo su mollera, contrariando por primera vez la estricta orden de su anciana madre, que era llevar dos trenzas a cada lado para evitar la pediculosis, pues tenía la mala fama de atraer los piojos como imán sobre metales. Esa mañana se fundó en una nueva mujer, decidida a abandonar la amargura de sus clases pasadas, eliminar los malos recuerdos de patadas y rechazos, para sentirse desde ese día, la mujer más afortunada de todas las que se paseaban por la plaza mayor, de aquel olvidado pueblo.

Tomó su bolsón, caminó las 20 cuadras que restaban a su Escuela y entró erguida, indiferente, pero dispuesta a la primera sonrisa de alguien que la saludara con agrado. Ese día fue el comienzo de una nueva vida para “La Mosca”. Sus compañeros y profesores lo notaron. Detrás de esa imagen de niña huérfana con lentes feos, se proyectaba ante todos la que sería hoy en día, después de 16 años, la principal mujer emprendedora del puerto. Una morena como esculpida, atractiva y simpática, dispuesta a conversar con cualquiera en cuatro idiomas.

Beto Cuevas - Hablame



(...) Y la noche invita a olvidar, que fuimos uno y nadie mas...
pudo reemplazarnos (...)

viernes, 22 de octubre de 2010

Fragmento: Cien Años De Soledad.

En las noches de invierno, mientras hervía la sopa en la chimenea, añoraba el calor de su trastienda, el zumbido del sol en los almendros polvorientos, el pito del tren en el sopor de la siesta, lo mismo que añoraba en Macondo la sopa de invierno en la chimenea, los pregones del vendedor de café y las alondras fugaces de la primavera. Aturdido por dos nostalgias enfrentadas como dos espejos, perdió su maravilloso sentido de la irrealidad, hasta que terminó por recomendarles a todos que se fueran de Macondo, que olvidaran cuanto él les había enseñado del mundo y del corazón humano, que se cagaran en Horacio, y que en cualquier lugar en que estuvieran recordaran siempre que el pasado era mentira, que la memoria no tenía caminos de regreso, que toda primavera antigua era irrecuperable, y que el amor más desatinado y tenaz era de todos modos una verdad efímera.

Libro: Cien Años De Soledad.
Autor: Gabriel García Márquez.
Año: 1967.

jueves, 21 de octubre de 2010

Siempre en Octubre.

Mi profesor de Tesis en la Universidad, siempre decía que los meses mas parecidos del año eran Abril y Octubre. Obviamente, con una mirada científica y desde el punto de vista agroecológico. Los mismos niveles de humedad relativa del aire, temperatura del suelo, ciclos biológicos de los nutrientes, fotoperiodos, radiación UV, etc. Desde ese entonces, he ido corroborando dicha afirmación, no sólo en ése ámbito, sino que también con cosas ligadas más al aspecto personal.

De partida Abril es el mes en que nací, por ende mi mes favorito. Considerando además que coincide con mi estación predilecta, el Otoño; con todas sus bondades naturales en un clima templado en el Sur de Chile. Sin embargo, es en Octubre donde puedo percibir esa sensación extraña de haber cerrado un ciclo durante un año. Y no sé si será por el efecto primaveral, con esos días mas calurosos y más largos, donde todo a tu alrededor es verde proyectando nuevas energías. Es algo que me ha generado cierta intriga el poder explicarlo, pero que a la vez me encanta.

Desde mi infancia, he sentido que Octubre representa un mes de conexión entre la puesta del sol sobre el mar y mis propias emociones. Como aquellas veces en que aprovechando los días despejados, me arrancaba de cualquier juego entretenido con tal de agarrar mi bicicleta y sentarme en el muelle viejo a contemplar como el sol se hundía sobre el horizonte, matizando el cielo a su alrededor con diversos colores, hasta dar lugar a las primeras estrellas de la noche. Y aunque suene medio extraño, todas las cosas buenas que me podrían ocurrir en un año, suceden en este bendito mes.

Por mencionar algunas fechas, mi madre que hasta el momento considero la mujer más importante de mi vida, nació a mediados de Octubre. Y en esa semana, la fecha de nacimiento de las últimas tres personas con la cuál he compartido una relación más estable y duradera. Fue en este mes cuando obtuve mi primer contrato como profesional, que alrededor de un año me costó bastante encontrar. Además, por coincidencia o no, el mes en que me titulé. Es ahora en Octubre, que la gran mayoría de mis amigos cercanos cumplen años. Y donde por primera vez decidí escribir en un Blog, hasta el día de hoy.

Reviso los Octubres pasados y así, voy encontrándome con coincidencias y sorpresas que me llenan de gratos momentos, de tiempos jubilosos, y personas especiales que un día conocí. Sería exagerar además, pero las veces en que me he llegado a enamorar alguna vez, ha sido en este mes. Y me causa gracia decir esto, dado que me cuesta asumir que un día si estuve “enganchado de alguien”, y que para variar había nacido en una fecha cualquiera, siempre en Octubre.

No sé que pasara ahora en el 2010, pero en este momento la sensación personal que tengo es la misma de los otros años. Aún espero esa gran sorpresa, que dado el avance de los días, sugestionadamente anhelo. Y aunque ha estado lloviendo bastante durante las últimas dos semanas, cada vez que puedo y tengo tiempo, me vuelvo a escapar al viejo muelle de mi pueblo, a contemplar los inolvidables atardeceres de Octubre.


viernes, 8 de octubre de 2010

Alejandro.

Parecía un personaje minúsculo en medio de la dicharachera de tanta gente. Era el  día del cumpleaños de Cony cuando lo conocí. Compartimos carcajadas con los asistentes, y fuera de llamarme la atención nuestro evidente parecido físico (comentado frecuentemente por la cumpleañera, quien tenía una fijación especial por él), no intercambiamos ningún otro diálogo. Fue en el transcurso de un mes después de aquel evento, cuando Caro la hermana de Cony me pidió ayudar a un amigo para encontrar trabajo. Lo contacté para presentarse como garzón en el Casino de Concepción. Desde esa vez nos hicimos amigos.

Siempre pasaba como mi hermano menor frente a los demás conocidos, dado el parecido físico y la forma similar de fijar la mirada hacia la nada, como contemplando las palabras que se escapan de las conversaciones.

Me entristeció su vida. A sus 25 años parecía abandonado por su familia, arrendando piezas, visitando familiares y amigos de la ciudad para ahorrar en almuerzos; o comiendo de lo que quedaba en los festines en los cuáles trabajaba, para después de toda esa vorágine asistir a sus clases en la Universidad. Era el segundo hijo de una familia de cuatro personas, compuesta por tres hermanos, todos con distintos apellidos paternos, distinta estatura y color de pelo. Su madre muy trabajadora, siempre soltera, una mujer joven y atractiva, tenía la personalidad estoica de las Supervisoras de Multitiendas y una voz dictatorial a la hora de solicitar orden. Y aunque no demostrada mayor afecto a sus hijos más que breves palabras de cariño, Alejandro resultaba ser sus propios ojos.

Estudiaba la cuarta carrera universitaria, cursando recién el primer año de su segunda ingeniería. Se sacaba la mugre noche por media y los fines de semana, atendiendo mesas en eventos y matrimonios varios, para costear sus propios gastos personales, con tal de no seguir agobiando más a su “viejita” con los recursos necesarios de estudio.

Se apegó a mí en un par de meses como “perrito kiltro”, y yo a él como si fuera el hermano chico que nunca tuve. Fueron tiempos de largas conversaciones, de risas, noches bohemias y también de nostalgias. Cada vez que vivía momentos distintos a los cotidianos de sus días, bajaba la mirada húmeda, rememorando la infancia triste de pobreza y soledad en los barrios de Andalién. Comprendí sobre la realidad de muchas familias para sobrevivir en una Ciudad en el Sur de Chile, que se prometía “de oportunidades”. Me habló de historias sórdidas, como aquellas de mujeres adultas, educadas y acomodadas, que le ofrecían la gloria con tal de pasar con él, el resto de las siguientes noches. Del consejo de su Padre biológico, en tomar la decisión de abandonar sus estudios y cuidar de su anciana profesora –autodenominada madrina- para cuando falleciera quedarce con sus propiedades, las que por su trabajo y sus años de enfermedad no resultaban ser muchas.

Mientras nuestra amiga Cony no lograba obtener de él la atención necesaria para robarle un beso, me habló de un amor de hace 3 años que había abandonado en Talca, con problemas avanzados de reumatismo. Se lo recordaba así mismo cada vez que se enfrentaba al temor de ser conquistado. Una historia nefasta de desenfreno, conflictos y vicios. A pesar de eso, su estampa era la de un joven quieto, asustadizo y de buen parecer. Muy trabajador, servicial, estudioso y con esa actitud de niño huérfano buscando por quien ser querido.

Nunca pude comprender como alguien podría desarrollarse rodeado de cargas emocionales fuertes, y coexistir con gente que en vez de brindarle apoyo, le ofrecían el camino propio de la desvirtuación. Aún así, mantenía el aprecio y el recuerdo por esas personas como parte de su cotidiano vivir. Me sentí perturbado muchas veces. Con su vida, con la mía, con las contradicciones de la existencia, con los ratos de lluvia y el transito fatal de las micros en Av. Arturo Prat, buscando la mejor manera de soslayar tanta soledad, en una vida cada vez más mínima.

La rutina de mi trabajo, el semestre final de los estudios de su primer año, el cambio de domicilio de su madre y la enfermedad terminal de su madrina, condicionó la continuidad de nuestros encuentros. Seguimos conversando muy de vez en cuando durante el transcurso de este año. Había vuelto a vivir con su familia dispersa. Su madre adquirió una casa a través de un subsidio en la comuna de San Pedro, y se decidió por estudiar Construcción Civil. Ya no volvía a sufrir de llantos nocturnos y  trataba su bipolaridad con una psicóloga. Cony, despechada, decidió no volverlo a ver.

Ayer, después de varios meses me lo topé en el centro de Concepción. Me contó que se sentía feliz, que las cosas habían cambiado para mejor y que trabajaba de vez en cuando. Nos acordamos de algunos carretes, nos reímos de la Cony, de las charlas caminadas por Lenga y Parque Ecuador. Me invitó a tomar un Café en el "Latitud Sur" donde trabajaba una nueva amiga suya, la que presentó algo nervioso. Después se despidió sonriente, me dio un abrazo, pero mientras caminaba se detuvo mirando hacia mi dejando escapar una palabra, la que se aguantó decir durante todo el rato de conversación: Gracias.
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El Laberinto del Fauno.


            Obedecer por obedecer, así sin pensarlo; 
            sólo hace a la gente desalmada como Usted… un fascista.

sábado, 2 de octubre de 2010

Suerte.

El otro día me encontraba conversando con Carolina, sobre su viaje reciente a Venezuela. Durante el periodo de un mes y medio, tuvo tiempo para disfrutar de las bondades del “cacao”, del calor caribeño y saborear el verdadero ron añejo venezolano. Conoció algo sobre la actual situación socio-económica del país, y la impresión de la gente sobre su controvertido y popular Presidente. Tal curiosidad por el país petrolero la llevó a viajar por la selva amazónica, el delta del Orinoco y la sabana venezolana, para compartir y ver la situación en que se desarrollaban diversas comunidades indígenas de aquellos puntos geográficos. La conversación basada principalmente en la aventura, en el total desconocimiento del país y de no contar con ningún contacto que la auxiliara como mujer extranjera frente alguna emergencia, era atribuida según ella, a nada mas y nada menos que al factor “suerte”.

Sin duda que al escucharla su viaje resultaba fascinante, y que de alguna manera había tenido suerte en todo el trayecto: con los pasajes, el hotel, los precios de los Tour, la gente que conoció, incluso hasta con el precio del dólar. No obstante, esa sola palabra quedo retumbando en la conversación por varios minutos, siendo un nuevo tema de debate.


Según Carolina, un Cacique del delta del Orinoco había percibido en ella ese don y se lo había comentado en una de las cenas que se otorga a los turistas que visitan esas comunidades.  De inmediato nos surgió la incógnita de saber a que era aplicable “la suerte” frente a cada situación y persona. Si es una mera superstición atribuible a la ordenación de las probabilidades de un sinnúmero de situaciones favorables, o una esencia propia de cada individuo. Un aspecto que se destaca en aquellos seres positivos en los que es más factible ver situaciones de “buena fortuna”. Y quizás eso último era lo que explicaba la tan divina providencia de mi amiga en el transcurso de su viaje.

Queramos o no, nuestra sociedad completa es supersticiosa con el asunto de evitar la “mala suerte”. No pasamos bajo una escalera, tocamos madera por algún motivo o llevamos un amuleto para atraer “buena fortuna”. Yo aún conservo mis tres hojas de “huallo” que unos Peñis del Lleu Lleu me dijeron mantener en mi billetera, para que nunca faltara el dinero. Y hasta el momento me ha funcionado.

Mi diferencia con Carolina es que no sabía si contaba con buena suerte en situaciones como esas. Y siendo más realista (y por ende pesimista), podría darme cuenta que el "factor suerte" no era algo que consideraba al momento de emprender algún rumbo o una meta, ya que todas las cosas que he logrado y que poseo, material o no material, me han costado con el esfuerzo doble de lo que las personas común y corrientes lograrían. De todos modos, siendo superstición o no y parte de nuestra cultura popular, era factible considerar que “la suerte” es una bendición para quien la desee y crea firmemente en algo positivo.

Terminamos la charla y me percataba de lo cierto de aquel Cacique. Carolina seguiría siendo una mujer con suerte, incluso en esa conversación. Había encontrado un amigo que además de joven y simpático, le cancelaría a ella sin ninguna sarcástica actitud ni reclamo verbal, la media docena de empanadas piñón-queso, sus dos copas de vino “cepa carménére”, y un pastel de jaibas a la española que pidió durante las horas de conversación. Una chica con suerte.

Javiera Mena - Sol de invierno


Aprovechando los días con Sol de Invierno, durante los meses recién pasados, vislumbraba entre las olas del mar, las nubes y el viento, imágenes vividas de historias caducas jamás contadas.

Una Nota en el Cuaderno.

En el instante que por primera vez te vi me caíste muy bien, de presencia, sin siquiera hablar contigo ni una sola palabra. Fue desde ese momento mi interés por conocerte. Me pareciste agradable, y fue justamente por esa entremezclada esencia de humildad-pedantería-indiferencia que proyecta tu andar. Después de unos días y de una cuota de esfuerzo, la primera conversación me resultó agradable. Pero al despedirnos, de inmediato apareció tu indiferencia autóctona a luz de tu mirada.

Cuando te volví a ver me alegré. No hallaba como hablarte o intentar siquiera poder esbozar un saludo desde corta distancia. Traté mil formas de llamar tu atención, hasta el punto de rallar en la ridiculez. A la salida de la biblioteca me miraste seriamente y después de pensarlo mucho, soltaste un poco entusiasmado “Hola”. No se que pasó, pero desde esa vez te tomé mucho cariño y desee explorar tu vida, en búsqueda de esos secretos de origen, que me llevaron de la decepción al fracaso. Aún así, sentía haberme ganado por lo menos tu amistad, y no sólo eso, tu confianza.

Era tanta nuestra risa en el trayecto de viaje a Temuco, que parecíamos dos locos riéndonos de payasos imaginarios. Pero nada de eso nos importaba y nos hacia libres, livianos y protagonistas de las miradas cómplices de aquella gente.

Si tuviera que describirte, a lo mejor mis análisis no serían muy acertados sobre ti. Es que a veces siento que te conozco de hace bastante tiempo, y otras veces tu personalidad me resulta desconcertante. Como alguien también me dijo, tus acciones parecen tan comunes y aburridas para el común de la gente, en cambio otras veces tan impredecible con tus actitudes, que sorprende verte y escucharte. Me haces sentir de muchas formas, incluso inferior. No sé si es tu verdadera intención o tu forma tan particular de explicar tu existencia.

Durante este año, mi desafío fue explorar en tu compleja personalidad de infante indomable, en la búsqueda de esa fuente de sabiduría añeja que mencionas en cada una de tus teorías. Me sorprendí al conocer tu núcleo. Amor y odio parecieron ser la misma cosa. Me desvanecí con tus emociones y lloré con tus penurias. Esa sabiduría era sólo tuya, limitada y algo cerrada. Me molesté conmigo al enterarme de tu conformidad con la existencia mundanal, como aceptando lo bueno y malo que el día a día traía sin ningún reparo. Tu ternura abundante sólo la derrochabas en momentos en que nadie te lo pidiera. Tanta fue mi sorpresa y desconocimiento que hasta ahora, a tus 23 años me pareces inalcanzable.

No me equivoque al mirarte y quedarme en tus ojos. Aquellas grandes y negras ventanas de tu alma me dijeron mucho más de tus emociones. Me topé con una pena inmensa guardada en tu interior y producto de eso un intenso dolor, acunando la gestación de una soledad eterna. En definitiva, nadie sabe de lo tuyo. Yo quizás lo sospecho, pero se que Dios sigue siendo tu testigo. El único al que has contado tu dolor y el motivo de mostrar esa blanca sonrisa, para opacar la verdad expuesta de tu mirada.

Mi criatura de los ojos tristes. Piensas en verdad que nadie te ha visto y te esfuerzas por conservar esa invisibilidad. Yo que siempre he estado ahí contigo, puedo decirte una cosa con seguridad: que toda persona que algún día te conoció, se ha llevado consigo un pedacito de ti. Porque aunque tus penas, tu dolor y secretos sean muchos, la gente que se haya topado contigo, no te olvidará fácilmente. Y quedara en el recuerdo de todos, el haber compartido con una gran persona.