viernes, 17 de diciembre de 2010

Aquí Cae Mi Pueblo.


 Aquí cae mi pueblo.
 A esta olla podrida de la fosa común.
 Aquí es salitre el rostro de mi pueblo.
 Aquí es carbón el pelo de las mujeres de mi pueblo,
 que tenían cien hijos, y que nunca abortaban como las meretrices
 de los salones refinados en que se compra la belleza.
 Aquí duermen los ángeles de las mujeres que parían todos los años.
 Aquí late el corazón de mis hermanos.
 Mi madre duerme aquí, besada por mi padre.
 Aquí duerme el origen de nuestra dignidad: lo real, lo concreto, la libertad
 y la justicia.

Autor: Gonzalo Rojas Pizarro.
Poeta Chileno.
Premio Cervantes 2003.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Susto En Las Alturas.

Llevaba cuatro días en Cusco y estaba concluyendo mi viaje luego de 2 semanas de vacaciones recorriendo Perú. Eran los primeros días de febrero de este año, en pleno invierno boliviano. Producto del mal tiempo y del desastre que ocasionaron las crecidas de los ríos, no pudimos llegar a “Machu-Pichu”. Pero de todos modos, hicimos todos los circuitos turísticos que estaban disponibles: museos, tour por ruinas arqueológicas, iglesias coloniales, fiestas costumbristas, restoranes típicos, eventos culturales, hasta los escasos supermercados que existían en la ciudad. Aprovechamos al máximo nuestra estadía en Cusco. Aunque al llegar, nos había decepcionado un poco. En gran parte por la pobreza y peligrosidad que abundan en sus barrios periféricos, junto con el repelente olor a “orines” de sus calles y el color barro de las casas.

Mi avión a Lima partía a las 12:00 Hrs., y debía salir del Hotel antes de las 10 de la mañana del quinto día. Me levanté como pude a causa del estado deplorable en que había amanecido, por culpa de la fiesta de despedida que me hicieron mis amigos la noche anterior en un Pub del Barrio de San Blass, ya que ellos seguían su viaje rumbo a Bolivia. Me sentía morir. “Nunca más me pongo a tomar en altura”, me dije. Agarré mi mochila, mis cosas y un buen taxista me llevó casi en condición de bulto rumbo al aeropuerto.

                                                                                               Amanecer en Cusco-Perú.

El día como nunca había amanecido caluroso, bien soleado, con un cielo azul resplandeciente. Me alegró el hecho de pensar que estaría de vuelta en Chile, disfrutando de las comodidades de mi hogar, alejado de las calamidades que había dejado el invierno boliviano en Perú. Realicé los trámites pertinentes y revisé mi pasaje en la sala de espera. Una vez ahí, me llamó la atención la cantidad de latinos que abordaban los vuelos de “Lan”. Yo había comprando un pasaje en “Taca”, ya que algunos gringos lo recomendaban por ser más baratos. En la sala de espera se contrastaban las cabezas claras con mi cabeza negra, entendiendo que tendría un viaje de una hora sin un sólo diálogo en castellano.

Una vez arriba del avión, me doy cuenta que mi asiento queda al lado del pasillo. A mi costado, dos señoras enormes, medias alternativas (una de cabello fucsia y la otra rapada), hablaban alemán y se acariciaban mutuamente. Opté por mirar en la ventana del frente para saber si habíamos despegado o todavía permanecíamos en tierra (dado mi estado etílico).  Me percato que lo único lindo en aquel aparato eran las azafatas, ya que todo parecía viejo y parchado. Reconozco que me preocupó un poco, mientras en mis oídos escuchaba un zumbido de conversaciones en diversos idiomas, menos en español.

Pedí dos vasos con té de manzanilla a la azafata, lo que también ordenaron las personas que estaban detrás mío (pero no había mucha manzanilla). Con mucha sed me tomé las infusiones al instante y me dispuse a dormir para componer fuerzas. En eso estaba, dejando pasar las risitas de romance de mis dos acompañantes de la izquierda, cuando siento una sensación extraña, como si mi estómago de repente pasara a estar arriba de mi cabeza en forma brusca. Fue en cosa de segundos. Me vi tambaleando en el asiento, y los maleteros del avión comenzaban a sacudirse bruscamente. Desde su interior caían bolsones, paquetes y periódicos sobre mí. La gente gritaba despavorida, las azafatas gateaban en el pasillo, y mis acompañantes trataban de agarrarse de los espaldares de los asientos delanteros. No iban más allá de 100 pasajeros, pero la gritería y la desesperación parecían haberlos multiplicado. Yo no sabía al principio si lo que estaba ocurriendo era cierto o lo estaba soñando. El piloto hablaba por el parlante en español con mucha calma, pidiendo que nadie se levantara de sus asientos, que se pusieran sus cinturones y que se mantuvieran tranquilos. En mi desesperación, busco con la mirada alguna salida de emergencia para escapar, pero recapacito que me encontraba en las alturas dentro de un avión. Miro por la ventana y veo un manto verde bajo nosotros. Pensé de todo. Me acordé de la serie Lost. Revisaba mi vida desde los acontecimientos más importantes en imágenes de segundos, en las cosas que aún no había hecho. Me acordaba de mi madre y del dolor que le causaría enterarse que su hijo se moría desaparecido en la selva peruana, lejos de su país. Nunca antes había sentido tanto miedo. Es esa sensación extraña de saber que en 5 segundos te apagabas y no existes más. Mi estómago, mi corazón, mi cabeza eran un solo órgano al ritmo de los latidos. Trataba de contenerme, aguantando mis ganas de salir arrancando: “¡Esto no está ocurriendo!”. De repente el avión da otro salto y caen las mascarillas de oxígeno, que por el movimiento eran imposible de colocárselas. Me inclino bajo el asiento buscando el paracaídas para ponérmelo en caso de algo, pero entre los cabezazos sólo tomaba los pies y las piernas de personas que estaban tiradas en el piso. Me sostengo en el respaldo del asiento delantero, cuando una mano se agarra fuertemente de mi brazo. Era la azafata que se encontraba sentada, con un rostro de terror y toda despeinada. Supe en ese momento, con su mirada, que eso sería lo último.


Habían pasado varios minutos, unos 10 quizás, y aún no ocurría el impacto; mientras la sensación de miedo se acrecentaba cada vez más con la falta de oxígeno. El ambiente era una ráfaga de aire frío, que erizaba la piel y comenzaba a tullirme. Me recliné hacia atrás y sigo con mis pensamientos en destellos, analizando las cosas que había vivido; en la gente que yo quería, en los temas pendientes que nunca solucioné, las metas que nunca cumplí, las palabras que nunca dije, todo con mucha tristeza, pues en ese momento pensaba, que era el fin de todo para mí. Me acuerdo de Dios en ese instante, todo en cosa de segundos. Mientras me aferré firmemente a mi asiento, con un rostro de calma dispuesto a elevar alguna súplica por mi vida, unos pasajeros me miraban con incredibilidad. Cerré mis ojos y comencé en mi mente con una oración, la que creí sería la última de mi vida.

Estoy en eso cuando de repente todo el avión se inclina hacia la cola. Los bolsones y personas tiradas en el pasillo se arrastran hacia atrás. Los gritos no cesaban y el piloto seguía hablando cosas por el parlante que hasta estas alturas poco recuerdo. Sostenía los asientos con mis manos, pensando que se podrían despegar de tan brusco que parecían los remezones.

Vuelvo a mirar por la ventana y me doy cuenta que íbamos ganando altura. Ahora sólo se veían nubes grises. Aún así, nadie podía levantarse. De repente pasó el frío y sonó una leve alarma, que hizo levantar a las azafatas que rápidamente comenzaron a atender a los pasajeros, algunos quemados con los vasos de café calientes que no alcanzaron a servirse. Ordenaban los bolsones, cerraban los maleteros y entre tanto se acomodaban el pelo. El avión seguía tambaleándose, mientras me daba cuenta que iba sentado justo al frente de los motores del avión. Adelante se escuchaban mujeres o jóvenes que vomitaban y decían “Oh my God” entre sollozos. Las azafatas ya no parecían lindas ni arregladas, más bien contrariadas y estropeadas. 


Cuando se da permiso para ir al baño, se levantan un número no menor de chicas hacia la parte trasera del avión. La primera que entró, luego no quería salir. Comenzó una pelea psicológica por tratar de sacarla. Todos estábamos sudados, pero helados. Enfrentábamos el miedo de diversas formas, mientras yo seguía con mis oraciones internas. De repente el piloto anuncia que después de 1 hora 20 minutos, llegábamos al aeropuerto de Lima. La noticia nos alivió a todos. El día estaba soleado en El Callao y parecía todo tan normal. Aterrizamos expectantes, como cuando la selección de fútbol está a punto de ganar un partido.

Una vez detenido el avión, nos ordenan en español quedarnos en nuestros asientos por algunos minutos, que fue casi media hora. Salimos caminando apresuradamente por la manga. Parecía que los pasajeros del avión nos conocíamos de hace mucho tiempo. Con miradas de complicidad nos dirigimos como un solo grupo hacia el sector de las maletas, pálidos con caras de enfermos. Entre tanto, un grupo de azafatas de otra aerolínea nos miraba por una pared de vidrio, como contemplándonos con compasión, quizás como sobrevivientes. Los maleteros habían quedado desordenados, lo que obligó a esperar otra media hora más a la entrega de nuestros equipajes, mientras sentados en el piso nos afirmábamos unos con otros. Yo iba solo en aquel viaje, deseaba con ganas poder abrazar y contarle todo a alguien conocido. Quería desahogarme y pensé rápidamente en llamar a mi mamá para sacar lo más pronto posible la angustia vivida.

Fui uno de los primeros que reconoció su equipaje. Salí por el pasillo al exterior, donde mucha gente permanecía atenta esperando a sus cercanos. Ansiaba que tan sólo alguien de ellos también me estuviera esperando. Me dirigí casi tambaleando hacia la zona de los teléfonos y llamo a mi casa para hablar con mi madre, que de seguro a esa hora me contestaría. Apenas me oye, comienza un rezo interminable: “¡Por fin hablo contigo cabro...! Vente luego, mira que en las noticias dicen que en Perú está la escoba con las lluvias. Dijeron que desapareció un pueblo entero…!!” y así siguió su largo rezo sin parar. Lo único que atiné a decirle, que esa misma noche estaba en casa con Ella, que me esperara con una sopa, y que la amaba mucho. Nunca me había dado tanta alegría escuchar los retos y la voz cariñosa de mi madre. Opté por no contarle nada para no preocuparla más. Mientras corto el teléfono se escucha un aviso en todo el aeropuerto: “Se les informa a todos los señores pasajeros, que los vuelos con destino Lima-Cusco y desde Cusco a Lima, serán retrasados en todas las aerolíneas hasta nuevo aviso, por las actuales condiciones de mal tiempo en la zona”.

martes, 7 de diciembre de 2010

La Abuela Juana.

Pablo se sentó resignado en el comedor de su casa, con el cuaderno bajo un brazo y con el lápiz en la boca. No había podido terminar su tarea, ya que encontraba difícil transcribir alguna leyenda originaria del sector rural en donde vive actualmente.

El estudia en la ciudad de Cañete, en el único colegio particular que existe, donde siempre se ha destacado por ser el primero de su clase, fruto de la constante preocupación de su madre, quien trabaja como Profesora Parvularia en el “Jardín Infantil Intercultural” de la antigua reducción indígena de Pangue. Ella muy exigente, vigila muy atenta todos los días de la semana las horas de estudios de sus dos hijos, mientras ordena sus materiales de trabajo en el comedor. Ese día Pablo no dudó en recurrir a su ayuda, mostrándole su cuaderno con una actitud de frustración. Sin poder obtener alguna solución inmediata, considero oportuno esperar a su padre al regreso del trabajo para consultarle. Sabe que “su viejo” nunca ha sido un gran aporte académico, pero lo alienta bastante entre bromas y risas sobre las tareas que aparecen en los libros. Mientras espera, juega en internet y revisa su Facebook.

Después de una hora de discusión, todos proponen dirigirse donde la Abuela Juana, quien con sus años de experiencia podría conocer más del algún mito en el sector. Todos se suben al auto familiar, con una grabadora digital, una libreta de notas y un paquete con frutas variadas de la temporada, rumbo a la casa de la Ñaña Juana. Pablo se sentía feliz, sospechaba que su tarea lo llevaría a disfrutar de otra agradable noche de visita familiar.

Al llegar, la abuela Juana los recibió muy sonriente (como de costumbre), mostrando sus escazas piezas dentales y a pie descalzo. Les ofreció mote recién preparado, una “copita” de chicha de manzana para los adultos, y tortillas al rescoldo con miel. El papá de Pablo le explicó el motivo de la visita a su madre, y ella asintió dispuesta a ayudar dentro de lo que entendía. Llevaba 40 años viviendo en el sector y no atinaba a recordar alguna leyenda connotada, pues la vida según ella, había transcurrido muy tranquila por esos lados.

Ya sentados en la mesa, con todos los alimentos ofrecidos, entre bancas, sillas y el humo asfixiante de la gran cocina al medio de la rústica habitación, comenzó su relato:
_ ¿Lo hablo primero en “chedungum” o castellano?_ pregunto temerosa a su nuera.
_ Como Usted quiera Ñaña Juana_ le respondieron todos.
_ Ya, en “chedungum” primero_ comentó.




El idioma no era extraño para Pablo, pero aún no lograba dominarlo completamente. La forma de expresión de su abuela, con la mirada casi nublada por los 76 años de edad, cada palabra emergida de su boca parecía dar a entender a los receptores lo que explicaba. Su hijo menor, el padre de Pablo, agachó la cabeza mirando hacia el mantel sosteniendo la grabadora, pues entendía lo que su madre relataba en su idioma nativo. Nadie interrumpió.

Ella optó por terminar con una carcajada, esas que siempre destacaron los que la visitaron y compartieron con ella en su mesa, para luego seguir con el relato en idioma castellano o “huincadungum”:

Vivía Yo en lo Pangue, al final abajo, de las vegas con nalcas, entre pura arena y mar también. Antes mataban a gente mapuches si iban a vivir a lomas, los gringos-patrón. Mi mamá murió cuando yo tenía 3 años. Me tocó ayudar a criar a mi hermano menor de 1 año. Me pusieron una manta de lana de oveja, a los dos años supe de una manta fíjate tú Pablito, y yo cosía la manta cada vez que se me hacía tira, hasta cuando ya me quedó chica. Mi Padre… era hombre borracho, muy malo, no traía comida para su Ruka. Puro tomar con vino. Mi hermano mayor tenía 11 años, se aburrió porque mi padre lo correteaba y se fue a Curanilahue a trabajar en la' minas-carbón. Nos terminó de criar una tía, hermana de mi madre, a mí y a mi hermano... lo menor. Pasé mucho frio Yo, cuando niña pasé mucho frío. Si, mucho frío pasé yo…ay si supieran, y mucha hambre. Yo no quería a mi padre por que nos hacía mucho sufrir. Él tomaba y nos retaba mucho, y yo corría como niña chica. Lloraba solita como niña entre las quilas del bajo. Lo's 12 años por primera vez pusieron zapatos. Eran de plástico esos zapatos, me pusieron un chamal que había sido de mi madre (según mi tía me había conta'o). Crecí yo entre pata-pelá y barro. Pero tía me sacó de Ruka de padre y llevó pa’ Pitracuicui a trabajar donde una patrona a lavar lana. Ahí tenía 13 años y conocí el trigo. Era tan lindo el trigo me acuerdo. Después trabajé con los telares y los vendía la patrona en el pueblo, pero no pagaba porque vivíamos en Ruka dentro de su campo. En lo campo de la patrona vivíamos, Yo y una prima, hija de mi tía, que nos crió. Era buena la patrona, pe’ patrón echaba los perros si veía nosotros de noche, andando. Patrona cuidaba mucho y mi padre le iba a cobrar plata o si no me sacaba de ahí. A lo’ 14 años fui pa’l pueblo. Conocí yo también mi esposo, mapuche él. Esposo mío pagó 4 corderos al patrón y un saco de trigo cuando casó conmigo. Yo era flaquita, pe’ alta y servía pa’ cargar sacos de lana y ñocha pa'l pueblo. Mi tía se enojó con patrona y sacó su hija y pegó con huasca. Pe’ yo me fui. Yo tenía 16 años cuando me fui, me casé, y mi padre murió. Con vino murió mi padre, mismo año que me casé. Mi esposo era mayor que Yo, tenía mucha tierra y una yunta de bueyes. Me quiso mucho. Era buen hombre, de trabajo, buen hombre era tu abuelo Pablito. De ahí me fui pa’ Lencanboldo y cosechábamos papas, criábamos ovejas y yo hacía telar y ñocha. Tu abuelo, hombre muy sabio. A lo’ 22 años fui mamá, ahí parí a tu tío José. No podía tener guaguas –pichiqueches- porque era muy flaca cuando me casé, y enfermiza, tu abuelo me cuidó siempre. Nos vinimos pa’ acá, y esposo vendía animales y le fue muy bien… muy bien le fue, tu abuelo muy sabio, murió tu abuelo aquí. Yo era más feliz…gracias a Dios. Ya, pe’, esa es mi historia, no sé que más contar. Una cosa te digo Pablito, nunca hay que dejar de trabajar. Yo sufrí mucho, lloraba mucho, quería morirme, mucho susto pasé yo a tu edad, pe’ aquí sigo Yo, vivita…gracias a Dios.

Rumbo a su casa, Pablo notaba un leve cansancio en el rostro de sus Padres, y había pensado en no agobiarlos comentándoles que la historia de su abuela no era exactamente lo que su profesora le había encomendado en la tarea de investigación. Estaba taciturno, meditaba en cada detalle de la narración. Sacaba cuentas en su mente mientras miraba las estrellas de la noche y las casas iluminadas del camino, de aquellos años atrás que había tenido que vivir su Ñaña Juana, en el mismo sector donde él junto a su familia residen. Por lo que había visto y vivido a sus 12 años de edad, no concebía una vida tan llena de desgracias para las personas mapuches en la Provincia. El siendo un niño mapuche y orgulloso de serlo, no había sufrido jamás discrimininación alguna, posiblemente a sus cualidades académicas. No sabía de terratenientes, de patrones, de asesinatos estilo casería en contra de los “peñis” (hermanos mapuches). Contaba con el buen ejemplo de su padre, a quién jamás lo había visto alcoholizado. No se atrevía a imaginar una vida sin los caminos asfaltados, sin la luz eléctrica, las grandes casas calefaccionadas con cocinas económicas a leña, sin el televisor y el computador. Había encontrado la respuesta de porque su Ñaña Juanita, la que tanto quería, no sabía leer y acostumbraba siempre a vestirse de “chamal”, descalza, siempre alegre y muy solidaria. Junto a un suspiro indómito, propio de su raza, dejó escapar un pensamiento en voz alta que arrancó una sonrisa de satisfacción en el rostro de su madre: ¿Tanto ha cambiado la vida en el campo?.




Se arriesgó a transcribir la historia de su abuela. Trabajó toda la noche en el computador y la grabadora, y entre medio agregó algunos párrafos en “chedungumcon su respectiva traducción entre paréntesis, por si su maestra tenía dudas. Resultó una composición algo extensa, cuyo título fue: “La Historia de una Hermosa Niña Mapuche de Pangue”. Como era de esperar siempre en él, su trabajo lo hizo merecedor de un 7,0.

Lo Leí Por Ahí...

"No saber mostrarse bueno con los malos, es una prueba segura de que uno no es del todo bueno. La confianza en la bondad ajena, es testimonio no menor de la propia bondad".

viernes, 29 de octubre de 2010

Aniversario Bloguero.

Pasaron muchas cosas antes de retomar y actualizar mi bitácora. Fueron casi 3 años en que mantuve abandonado este Blog, periodos en los que viví y sobreviví cargado de nuevas historias y emociones. Con mas “patas de gallos” y arrugas en el entrecejo que aquel 29 de octubre de 2005, cuando aún mas candido e inocente, decidí plasmar en palabras mis primeras impresiones cotidianas. Y es que siempre pensé que escribir, era una manera de mejorar en palabras la realidad que un día soñamos.

La inspiración llegó de repente. Una noche cualquiera, en mi último año de Universidad en Temuco, escuché una canción por la radio, cuyo estribillo quedó resonando en mi conciencia por mucho tiempo, sin saber exactamente de que grupo se trataba. Decidí en ese momento que debía escribir, como una forma de desahogo al arsenal de historias absorbidas por parte de personas que confidenciaban en mí sus más sórdidos secretos. Pero no sólo eso, pensaba que sería novedoso contar el proceso de vivir algunas etapas pendientes, y relatar aquellos “colores nuevos” y “días claros” descubiertos en cada amanecer, como mencionaba la letra de aquella canción.

De las primeras personas que comentaban regularmente en mi Blog, ya prácticamente no queda nadie. Con la evidente irrupción del Facebook, Twitter, Flickr y otros portales sociales,  los “blogueros” quedamos renegados a un espacio muy reducido dentro del mundo cibernético, contrastando con su año dorado en el 2005.

Nada más agradecer a todos los amigos, que durante este retorno han pasado a dejar sus comentarios e impresiones a las cosas que he redactado. Y en especial a Katia, quien es la única “amiga bloguera” que permanece vigente desde mis inicios, y con la cuál hemos generado una linda comunicación virtual.

En resumen, ya son 5 años escribiendo en esta página, donde cada historia, canción o frase tiene directa relación conmigo, o por lo menos alguna cercanía con más de algún personaje. Siento que en el periodo que dejé olvidado mi Blog, me pasaron cosas importantes, experiencias claves, que son historias pendientes aún por contar más adelante.

Como parte de esta celebración, agrego el video con la canción del grupo español “Chambao”, que permanece dentro de mi lista de canciones favoritas en mi reproductor, cuya letra fue la principal inspiración a esta historia llamada “DE LO MIO MUCHO”. Para todos Ustedes, un gran abrazo: Sólo Adán.


jueves, 28 de octubre de 2010

La Mosca

Aquella mañana de Septiembre, a sus 13 años recién cumplidos, se sintió mayor y hermosa. En comparación a esos compañeros de curso, que durante los días de clases la molestaban tirándole el pelo, golpeándole la espalda, o escupiendo sobre ella una que otra grosería, de mofa a su apariencia física. Se bañó como lo hacía siempre, cada día por medio y con agua fría, bajo un chorro de ducha similar al de una manguera, en su humilde cuarto de baño en población Independencia. Esta vez se pondría perfume, por si lograba llamar la atención de “Chaparro”, el chico tímido del curso que se sentaba detrás de su mesa.

Odiaba sus lentes. Esas grandes estructuras negras rescatadas como del siglo pasado, conformadas por dos cristales mohosos, gruesos y desproporcionados, que ocultaban su estilizado rostro moreno y velludo. Era el accesorio culpable por el cual todos la identificaban como “La Mosca”. Pero entendía que sin ellos, difícilmente podría distinguir las miradas burlonas de los que siempre, con una renovada palabrota, la recibían todas las mañanas a eso de las 8:00 AM, en la única escuela pública que aceptó matricularla en Octavo Grado.

Se amarró su pelo abundante y negro en una larga cola bajo su mollera, contrariando por primera vez la estricta orden de su anciana madre, que era llevar dos trenzas a cada lado para evitar la pediculosis, pues tenía la mala fama de atraer los piojos como imán sobre metales. Esa mañana se fundó en una nueva mujer, decidida a abandonar la amargura de sus clases pasadas, eliminar los malos recuerdos de patadas y rechazos, para sentirse desde ese día, la mujer más afortunada de todas las que se paseaban por la plaza mayor, de aquel olvidado pueblo.

Tomó su bolsón, caminó las 20 cuadras que restaban a su Escuela y entró erguida, indiferente, pero dispuesta a la primera sonrisa de alguien que la saludara con agrado. Ese día fue el comienzo de una nueva vida para “La Mosca”. Sus compañeros y profesores lo notaron. Detrás de esa imagen de niña huérfana con lentes feos, se proyectaba ante todos la que sería hoy en día, después de 16 años, la principal mujer emprendedora del puerto. Una morena como esculpida, atractiva y simpática, dispuesta a conversar con cualquiera en cuatro idiomas.

Beto Cuevas - Hablame



(...) Y la noche invita a olvidar, que fuimos uno y nadie mas...
pudo reemplazarnos (...)

viernes, 22 de octubre de 2010

Fragmento: Cien Años De Soledad.

En las noches de invierno, mientras hervía la sopa en la chimenea, añoraba el calor de su trastienda, el zumbido del sol en los almendros polvorientos, el pito del tren en el sopor de la siesta, lo mismo que añoraba en Macondo la sopa de invierno en la chimenea, los pregones del vendedor de café y las alondras fugaces de la primavera. Aturdido por dos nostalgias enfrentadas como dos espejos, perdió su maravilloso sentido de la irrealidad, hasta que terminó por recomendarles a todos que se fueran de Macondo, que olvidaran cuanto él les había enseñado del mundo y del corazón humano, que se cagaran en Horacio, y que en cualquier lugar en que estuvieran recordaran siempre que el pasado era mentira, que la memoria no tenía caminos de regreso, que toda primavera antigua era irrecuperable, y que el amor más desatinado y tenaz era de todos modos una verdad efímera.

Libro: Cien Años De Soledad.
Autor: Gabriel García Márquez.
Año: 1967.

jueves, 21 de octubre de 2010

Siempre en Octubre.

Mi profesor de Tesis en la Universidad, siempre decía que los meses mas parecidos del año eran Abril y Octubre. Obviamente, con una mirada científica y desde el punto de vista agroecológico. Los mismos niveles de humedad relativa del aire, temperatura del suelo, ciclos biológicos de los nutrientes, fotoperiodos, radiación UV, etc. Desde ese entonces, he ido corroborando dicha afirmación, no sólo en ése ámbito, sino que también con cosas ligadas más al aspecto personal.

De partida Abril es el mes en que nací, por ende mi mes favorito. Considerando además que coincide con mi estación predilecta, el Otoño; con todas sus bondades naturales en un clima templado en el Sur de Chile. Sin embargo, es en Octubre donde puedo percibir esa sensación extraña de haber cerrado un ciclo durante un año. Y no sé si será por el efecto primaveral, con esos días mas calurosos y más largos, donde todo a tu alrededor es verde proyectando nuevas energías. Es algo que me ha generado cierta intriga el poder explicarlo, pero que a la vez me encanta.

Desde mi infancia, he sentido que Octubre representa un mes de conexión entre la puesta del sol sobre el mar y mis propias emociones. Como aquellas veces en que aprovechando los días despejados, me arrancaba de cualquier juego entretenido con tal de agarrar mi bicicleta y sentarme en el muelle viejo a contemplar como el sol se hundía sobre el horizonte, matizando el cielo a su alrededor con diversos colores, hasta dar lugar a las primeras estrellas de la noche. Y aunque suene medio extraño, todas las cosas buenas que me podrían ocurrir en un año, suceden en este bendito mes.

Por mencionar algunas fechas, mi madre que hasta el momento considero la mujer más importante de mi vida, nació a mediados de Octubre. Y en esa semana, la fecha de nacimiento de las últimas tres personas con la cuál he compartido una relación más estable y duradera. Fue en este mes cuando obtuve mi primer contrato como profesional, que alrededor de un año me costó bastante encontrar. Además, por coincidencia o no, el mes en que me titulé. Es ahora en Octubre, que la gran mayoría de mis amigos cercanos cumplen años. Y donde por primera vez decidí escribir en un Blog, hasta el día de hoy.

Reviso los Octubres pasados y así, voy encontrándome con coincidencias y sorpresas que me llenan de gratos momentos, de tiempos jubilosos, y personas especiales que un día conocí. Sería exagerar además, pero las veces en que me he llegado a enamorar alguna vez, ha sido en este mes. Y me causa gracia decir esto, dado que me cuesta asumir que un día si estuve “enganchado de alguien”, y que para variar había nacido en una fecha cualquiera, siempre en Octubre.

No sé que pasara ahora en el 2010, pero en este momento la sensación personal que tengo es la misma de los otros años. Aún espero esa gran sorpresa, que dado el avance de los días, sugestionadamente anhelo. Y aunque ha estado lloviendo bastante durante las últimas dos semanas, cada vez que puedo y tengo tiempo, me vuelvo a escapar al viejo muelle de mi pueblo, a contemplar los inolvidables atardeceres de Octubre.


viernes, 8 de octubre de 2010

Alejandro.

Parecía un personaje minúsculo en medio de la dicharachera de tanta gente. Era el  día del cumpleaños de Cony cuando lo conocí. Compartimos carcajadas con los asistentes, y fuera de llamarme la atención nuestro evidente parecido físico (comentado frecuentemente por la cumpleañera, quien tenía una fijación especial por él), no intercambiamos ningún otro diálogo. Fue en el transcurso de un mes después de aquel evento, cuando Caro la hermana de Cony me pidió ayudar a un amigo para encontrar trabajo. Lo contacté para presentarse como garzón en el Casino de Concepción. Desde esa vez nos hicimos amigos.

Siempre pasaba como mi hermano menor frente a los demás conocidos, dado el parecido físico y la forma similar de fijar la mirada hacia la nada, como contemplando las palabras que se escapan de las conversaciones.

Me entristeció su vida. A sus 25 años parecía abandonado por su familia, arrendando piezas, visitando familiares y amigos de la ciudad para ahorrar en almuerzos; o comiendo de lo que quedaba en los festines en los cuáles trabajaba, para después de toda esa vorágine asistir a sus clases en la Universidad. Era el segundo hijo de una familia de cuatro personas, compuesta por tres hermanos, todos con distintos apellidos paternos, distinta estatura y color de pelo. Su madre muy trabajadora, siempre soltera, una mujer joven y atractiva, tenía la personalidad estoica de las Supervisoras de Multitiendas y una voz dictatorial a la hora de solicitar orden. Y aunque no demostrada mayor afecto a sus hijos más que breves palabras de cariño, Alejandro resultaba ser sus propios ojos.

Estudiaba la cuarta carrera universitaria, cursando recién el primer año de su segunda ingeniería. Se sacaba la mugre noche por media y los fines de semana, atendiendo mesas en eventos y matrimonios varios, para costear sus propios gastos personales, con tal de no seguir agobiando más a su “viejita” con los recursos necesarios de estudio.

Se apegó a mí en un par de meses como “perrito kiltro”, y yo a él como si fuera el hermano chico que nunca tuve. Fueron tiempos de largas conversaciones, de risas, noches bohemias y también de nostalgias. Cada vez que vivía momentos distintos a los cotidianos de sus días, bajaba la mirada húmeda, rememorando la infancia triste de pobreza y soledad en los barrios de Andalién. Comprendí sobre la realidad de muchas familias para sobrevivir en una Ciudad en el Sur de Chile, que se prometía “de oportunidades”. Me habló de historias sórdidas, como aquellas de mujeres adultas, educadas y acomodadas, que le ofrecían la gloria con tal de pasar con él, el resto de las siguientes noches. Del consejo de su Padre biológico, en tomar la decisión de abandonar sus estudios y cuidar de su anciana profesora –autodenominada madrina- para cuando falleciera quedarce con sus propiedades, las que por su trabajo y sus años de enfermedad no resultaban ser muchas.

Mientras nuestra amiga Cony no lograba obtener de él la atención necesaria para robarle un beso, me habló de un amor de hace 3 años que había abandonado en Talca, con problemas avanzados de reumatismo. Se lo recordaba así mismo cada vez que se enfrentaba al temor de ser conquistado. Una historia nefasta de desenfreno, conflictos y vicios. A pesar de eso, su estampa era la de un joven quieto, asustadizo y de buen parecer. Muy trabajador, servicial, estudioso y con esa actitud de niño huérfano buscando por quien ser querido.

Nunca pude comprender como alguien podría desarrollarse rodeado de cargas emocionales fuertes, y coexistir con gente que en vez de brindarle apoyo, le ofrecían el camino propio de la desvirtuación. Aún así, mantenía el aprecio y el recuerdo por esas personas como parte de su cotidiano vivir. Me sentí perturbado muchas veces. Con su vida, con la mía, con las contradicciones de la existencia, con los ratos de lluvia y el transito fatal de las micros en Av. Arturo Prat, buscando la mejor manera de soslayar tanta soledad, en una vida cada vez más mínima.

La rutina de mi trabajo, el semestre final de los estudios de su primer año, el cambio de domicilio de su madre y la enfermedad terminal de su madrina, condicionó la continuidad de nuestros encuentros. Seguimos conversando muy de vez en cuando durante el transcurso de este año. Había vuelto a vivir con su familia dispersa. Su madre adquirió una casa a través de un subsidio en la comuna de San Pedro, y se decidió por estudiar Construcción Civil. Ya no volvía a sufrir de llantos nocturnos y  trataba su bipolaridad con una psicóloga. Cony, despechada, decidió no volverlo a ver.

Ayer, después de varios meses me lo topé en el centro de Concepción. Me contó que se sentía feliz, que las cosas habían cambiado para mejor y que trabajaba de vez en cuando. Nos acordamos de algunos carretes, nos reímos de la Cony, de las charlas caminadas por Lenga y Parque Ecuador. Me invitó a tomar un Café en el "Latitud Sur" donde trabajaba una nueva amiga suya, la que presentó algo nervioso. Después se despidió sonriente, me dio un abrazo, pero mientras caminaba se detuvo mirando hacia mi dejando escapar una palabra, la que se aguantó decir durante todo el rato de conversación: Gracias.
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El Laberinto del Fauno.


            Obedecer por obedecer, así sin pensarlo; 
            sólo hace a la gente desalmada como Usted… un fascista.

sábado, 2 de octubre de 2010

Suerte.

El otro día me encontraba conversando con Carolina, sobre su viaje reciente a Venezuela. Durante el periodo de un mes y medio, tuvo tiempo para disfrutar de las bondades del “cacao”, del calor caribeño y saborear el verdadero ron añejo venezolano. Conoció algo sobre la actual situación socio-económica del país, y la impresión de la gente sobre su controvertido y popular Presidente. Tal curiosidad por el país petrolero la llevó a viajar por la selva amazónica, el delta del Orinoco y la sabana venezolana, para compartir y ver la situación en que se desarrollaban diversas comunidades indígenas de aquellos puntos geográficos. La conversación basada principalmente en la aventura, en el total desconocimiento del país y de no contar con ningún contacto que la auxiliara como mujer extranjera frente alguna emergencia, era atribuida según ella, a nada mas y nada menos que al factor “suerte”.

Sin duda que al escucharla su viaje resultaba fascinante, y que de alguna manera había tenido suerte en todo el trayecto: con los pasajes, el hotel, los precios de los Tour, la gente que conoció, incluso hasta con el precio del dólar. No obstante, esa sola palabra quedo retumbando en la conversación por varios minutos, siendo un nuevo tema de debate.


Según Carolina, un Cacique del delta del Orinoco había percibido en ella ese don y se lo había comentado en una de las cenas que se otorga a los turistas que visitan esas comunidades.  De inmediato nos surgió la incógnita de saber a que era aplicable “la suerte” frente a cada situación y persona. Si es una mera superstición atribuible a la ordenación de las probabilidades de un sinnúmero de situaciones favorables, o una esencia propia de cada individuo. Un aspecto que se destaca en aquellos seres positivos en los que es más factible ver situaciones de “buena fortuna”. Y quizás eso último era lo que explicaba la tan divina providencia de mi amiga en el transcurso de su viaje.

Queramos o no, nuestra sociedad completa es supersticiosa con el asunto de evitar la “mala suerte”. No pasamos bajo una escalera, tocamos madera por algún motivo o llevamos un amuleto para atraer “buena fortuna”. Yo aún conservo mis tres hojas de “huallo” que unos Peñis del Lleu Lleu me dijeron mantener en mi billetera, para que nunca faltara el dinero. Y hasta el momento me ha funcionado.

Mi diferencia con Carolina es que no sabía si contaba con buena suerte en situaciones como esas. Y siendo más realista (y por ende pesimista), podría darme cuenta que el "factor suerte" no era algo que consideraba al momento de emprender algún rumbo o una meta, ya que todas las cosas que he logrado y que poseo, material o no material, me han costado con el esfuerzo doble de lo que las personas común y corrientes lograrían. De todos modos, siendo superstición o no y parte de nuestra cultura popular, era factible considerar que “la suerte” es una bendición para quien la desee y crea firmemente en algo positivo.

Terminamos la charla y me percataba de lo cierto de aquel Cacique. Carolina seguiría siendo una mujer con suerte, incluso en esa conversación. Había encontrado un amigo que además de joven y simpático, le cancelaría a ella sin ninguna sarcástica actitud ni reclamo verbal, la media docena de empanadas piñón-queso, sus dos copas de vino “cepa carménére”, y un pastel de jaibas a la española que pidió durante las horas de conversación. Una chica con suerte.

Javiera Mena - Sol de invierno


Aprovechando los días con Sol de Invierno, durante los meses recién pasados, vislumbraba entre las olas del mar, las nubes y el viento, imágenes vividas de historias caducas jamás contadas.

Una Nota en el Cuaderno.

En el instante que por primera vez te vi me caíste muy bien, de presencia, sin siquiera hablar contigo ni una sola palabra. Fue desde ese momento mi interés por conocerte. Me pareciste agradable, y fue justamente por esa entremezclada esencia de humildad-pedantería-indiferencia que proyecta tu andar. Después de unos días y de una cuota de esfuerzo, la primera conversación me resultó agradable. Pero al despedirnos, de inmediato apareció tu indiferencia autóctona a luz de tu mirada.

Cuando te volví a ver me alegré. No hallaba como hablarte o intentar siquiera poder esbozar un saludo desde corta distancia. Traté mil formas de llamar tu atención, hasta el punto de rallar en la ridiculez. A la salida de la biblioteca me miraste seriamente y después de pensarlo mucho, soltaste un poco entusiasmado “Hola”. No se que pasó, pero desde esa vez te tomé mucho cariño y desee explorar tu vida, en búsqueda de esos secretos de origen, que me llevaron de la decepción al fracaso. Aún así, sentía haberme ganado por lo menos tu amistad, y no sólo eso, tu confianza.

Era tanta nuestra risa en el trayecto de viaje a Temuco, que parecíamos dos locos riéndonos de payasos imaginarios. Pero nada de eso nos importaba y nos hacia libres, livianos y protagonistas de las miradas cómplices de aquella gente.

Si tuviera que describirte, a lo mejor mis análisis no serían muy acertados sobre ti. Es que a veces siento que te conozco de hace bastante tiempo, y otras veces tu personalidad me resulta desconcertante. Como alguien también me dijo, tus acciones parecen tan comunes y aburridas para el común de la gente, en cambio otras veces tan impredecible con tus actitudes, que sorprende verte y escucharte. Me haces sentir de muchas formas, incluso inferior. No sé si es tu verdadera intención o tu forma tan particular de explicar tu existencia.

Durante este año, mi desafío fue explorar en tu compleja personalidad de infante indomable, en la búsqueda de esa fuente de sabiduría añeja que mencionas en cada una de tus teorías. Me sorprendí al conocer tu núcleo. Amor y odio parecieron ser la misma cosa. Me desvanecí con tus emociones y lloré con tus penurias. Esa sabiduría era sólo tuya, limitada y algo cerrada. Me molesté conmigo al enterarme de tu conformidad con la existencia mundanal, como aceptando lo bueno y malo que el día a día traía sin ningún reparo. Tu ternura abundante sólo la derrochabas en momentos en que nadie te lo pidiera. Tanta fue mi sorpresa y desconocimiento que hasta ahora, a tus 23 años me pareces inalcanzable.

No me equivoque al mirarte y quedarme en tus ojos. Aquellas grandes y negras ventanas de tu alma me dijeron mucho más de tus emociones. Me topé con una pena inmensa guardada en tu interior y producto de eso un intenso dolor, acunando la gestación de una soledad eterna. En definitiva, nadie sabe de lo tuyo. Yo quizás lo sospecho, pero se que Dios sigue siendo tu testigo. El único al que has contado tu dolor y el motivo de mostrar esa blanca sonrisa, para opacar la verdad expuesta de tu mirada.

Mi criatura de los ojos tristes. Piensas en verdad que nadie te ha visto y te esfuerzas por conservar esa invisibilidad. Yo que siempre he estado ahí contigo, puedo decirte una cosa con seguridad: que toda persona que algún día te conoció, se ha llevado consigo un pedacito de ti. Porque aunque tus penas, tu dolor y secretos sean muchos, la gente que se haya topado contigo, no te olvidará fácilmente. Y quedara en el recuerdo de todos, el haber compartido con una gran persona.

domingo, 8 de agosto de 2010

La Tierra No Deja De Moverse.

La madrugada del 5 de agosto fue otro día para no olvidar. A eso de las 2 AM, un fuerte sismo se sintió con ruido, como el paso de un tropel de muchos caballos que sacudió las casas, volteando cercos, cortando la conexión eléctrica y provocando nuevamente la destrucción de utensilios domésticos. No fue de esperar ninguna alarma, todo el pueblo despertó rumbo a sus vehículos, linternas, agua, pan, leche, medicamentos, documentos, frazadas, celulares, y con una tensa calma comenzó la rápida evacuación hacia el sector de Santa Rosa, cercano a 10 kilómetros de la ciudad a una altura de 80 metros sobre el nivel del mar, en donde se podía estar a salvo.

Fue una situación muy similar a la vivida la madrugada del 27 de febrero de este año, cuando ocurrió el "terremoto-tsunami" de 8,5° Richter que paralizó a todo el país. Un sentimiento de rabia e impotencia me turbaban la vista mientras buscaba mis utensilios de escape, pensando en alguna explicación burda a lo que estaba pasando. Me levanto en pijamas, no siento el frío de la noche y abajo en la escalera mi madre con sus ojos brillantes y asustados me grita: _ Martín está solo con tu hermana_ refiriéndose a mi sobrino quien vivía en el lado norte de la ciudad, al frente de la playa grande. En cosa de segundos, veo a mí otra hermana en la puerta principal de la casa tomando las llaves de su auto, saliendo al rescate del Martín junto con mi madre, antes que el taco de los autos las detenga en el camino.

Todos los vecinos en las calles, desconcertados mirando en silencio hacia el mar, tratando de escuchar algún sonido similar al de los grifos abiertos, por si el mar venía de camino, mientras estacionaba mi auto en dirección de huida. Las réplicas del sismo no tardaron en llegar. Entre la oscuridad de la noche se confundían perros corriendo despavoridos con niños y jóvenes hacia los cerros. Los vehículos tratando dentro de lo posible mantener el orden del tránsito. Los que podían, cargaban a las personas más desvalidas hasta no tener mas cabida en sus camionetas o camiones.

Mientras trataba vanamente de buscar información por alguna emisora dentro de mi auto, miro por mi calle y me conmuevo al ver a mi altivo Padre con las llaves de su casa en una mano y en la otra con una frazada, esperando alguna señal mía para arrancar. Bajo de mi auto y regreso por mi celular que había quedado dentro, y me sorprende otro temblor ruidoso al interior de la casa. Sólo pensaba en mis hermanas y mi madre, esperando que hubieran podido alcanzar el propósito. Mi Padre y mi otro hermano emprendieron el rumbo mientras yo permanecía vigilando y esperando alguna comunicación, o por si volvían las mujeres de mi familia para dirigirnos juntos a la zona de seguridad. Dentro de toda esa espera, ya había ocurrido tres replicas de igual magnitud.

A diferencia de la vez pasada, nunca había visto a mujeres jóvenes corriendo con sus bebes en los brazos, con sus esposos cubriéndoles las espaldas del frío con una frazada. Y ancianos con muletas caminando entre los autos, enfrentando el miedo y la neblina helada de la noche.

Me dispuse a ayudar a los vecinos a cuadrar sus autos, a dar señales de salida, que entre todo el nerviosismo parecían perdidos en sueño. Ya sin pensarlo más, y confiando en la seguridad y temeridad de las mujeres de mi familia, subí a mi auto a una joven madre con su bebe, a una señora con un pesado bolso cargado de víveres y a un anciano con su nieto, rumbo a la salida de Lebu a las alturas de Santa Fé.

Todo el mundo parecía terminar en esa ciudad. Las radios que sintonizaban no daban señales de ninguna catástrofe, mientras las réplicas sacudían los autos estacionados a orillas de la carretera. Las señales de teléfonos todas cortadas hasta las dos horas de sucedido el gran sismo, que hasta el otro día supimos que había sido de magnitud 6,1 Richter.

La indignación del pueblo fue tal, que hasta la fecha no acepta dicho registro, pues los que vivimos el susto esa noche, aseguramos que fue un movimiento mayor a   7, 1° Richter. El epicentro en tanto se registró a 20 kilómetros hacia el mar, al frente de la ventana de mi cuarto, y que aparecería en las noticias de portales noticiosos como un fenómeno anormal, puesto que en Concepción no tuvo mayor relevancia por lo suave del movimiento, y por lo tanto no era tema de preocupación para las autoridades.

Me devolví con una caravana de autos, buses y camiones rumbo a mi Lebu querido, con la esperanza de reencontrarme con mi familia y así fue. Ya en casa, conversamos todos juntos sobre lo sucedido hasta el amanecer, alumbrados por una vela en la cocina con un tazón de Té caliente, con las mochilas y llaves a disposición en caso de otra urgencia.

Al día siguiente nadie acudió a sus Colegios ni lugares de trabajo. El Alcalde decretó alerta amarilla y todos los habitantes de la ciudad trataron de reestablecerse del susto escuchándose unos con otros sobre lo sucedido. La sensación que inundó a los lebulenses de toda esta desagradable experiencia, es el costo que tiene el vivir en una Provincia marginada. Seguimos siendo el patio trasero de la Octava Región, a pesar de haber sido la cuna de la nacionalidad chilena en la historia de este país. Si esto hubiera ocurrido en Concepción o Temuco, quizás hubiera tenido más trascendencia por parte de la opinión pública y las autoridades. Sin embargo, hasta la fecha, no hemos visto mayor preocupación. Siguen los temblores y la Provincia de Arauco concentra la gran mayoría de los epicentros. De todo esto una cosa es cierta: Hay que ser bien valiente para vivir en Lebu.



domingo, 18 de julio de 2010

Fragmento: Himno Del Ángel Parado En Una Pata.

El recuerdo más antiguo que conservaba de su madre era cuando él se empinaba apenas por los cinco años de edad. Era una tarde alta de arreboles, se ve llegando de la calle apurado (“Mi talón de perro”, le decía siempre ella, entre formal y risueña, al verlo llegar a casa hecho un pililo). Viene llegando de la calle y trae una pequeña gran duda atravesada en su cerebro de niño. Su madre, sentada en la cocina, está entonando un corito evangélico mientras se seba de uno de sus litúrgicos mates de la tarde. Entonces irrumpe él y le pregunta, con cierto vago temor –no vaya a ser cosa que ella tampoco lo sepa y por eso se vaya a sentir mal-, le pregunta despacito: “¿Mamá, cuánto es tres más tres?”. Y ella, rápida y alegre como un ábaco de colores, responde: “Seis, pues hijo”. En ese momento sintió a su madre más alta y más hermosa que todas las tardes del mundo.

Libro: Himno Del Ángel Parado En Una Pata.
Autor: Hernán Rivera Letelier.
2003.

lunes, 5 de julio de 2010

Concepción.

Capital regional, sede de empresas pesqueras y forestales, cercana a los puertos más importantes del País. Sólo después del 27 de febrero de este año, se atrevieron a catalogarla como “la segunda ciudad más importante de Chile”. Hoy en día, todo el centro de la ciudad parece haber resistido a un bombardeo. Y entre sus ruinas y escombros, de sus habitantes se proyectó la peor cara al mundo -el llamado terremoto humano-. Nadie imaginó que Concepción, pujante ciudad, guardara entre si una realidad social propia del tercer mundo.

Siempre me gustó su actividad comercial y las oportunidades laborales que ofrecía. De su hermoso emplazamiento y esa armonía natural que la diferenciaba de Santiago.

Entre mis historias en esta ciudad, nunca antes me enfrenté a tanta realidad humana. De familias desechas, resquebrajadas, casi inexistentes. La ciudad de los muchachos solos, de  madres solteras esforzadas y padres ausentes. Personas que en sus vivencias cotidianas, ocultaban más de algún trauma. En muchos casos, cuentos relacionados a drogas, de conflictos y materialismo obsesivo. Personas capaces de vivir con 10 horas diarias laborales a 90 minutos de un supuesto hogar; entre el bullicio y velocidad de las micros, tacos de autopistas, ataques “de lanzas” en el Barros Arana, y con ese olor constante a mariscal caliente los fines de semana.

Entre todo lo superficial que se ve en los estacionamientos del “Plaza del Trébol”, se guardan muchos testimonios de esfuerzo, de superación personal, de exitismo. Si las calles de Concepción hablaran, de seguro relatarían un millar de historias fatuas.

Un Café de Madrugada.

Le he dado un beso apasionado a lo prohibido e inmoral. 
Y entre mis labios ha quedado, 
ese sabor suave y tibio de un café con agua brava.
.

Caminando en la Orilla.