Capital regional, sede de empresas pesqueras y forestales, cercana a los puertos más importantes del País. Sólo después del 27 de febrero de este año, se atrevieron a catalogarla como “la segunda ciudad más importante de Chile”. Hoy en día, todo el centro de la ciudad parece haber resistido a un bombardeo. Y entre sus ruinas y escombros, de sus habitantes se proyectó la peor cara al mundo -el llamado terremoto humano-. Nadie imaginó que Concepción, pujante ciudad, guardara entre si una realidad social propia del tercer mundo.
Siempre me gustó su actividad comercial y las oportunidades laborales que ofrecía. De su hermoso emplazamiento y esa armonía natural que la diferenciaba de Santiago.
Entre mis historias en esta ciudad, nunca antes me enfrenté a tanta realidad humana. De familias desechas, resquebrajadas, casi inexistentes. La ciudad de los muchachos solos, de madres solteras esforzadas y padres ausentes. Personas que en sus vivencias cotidianas, ocultaban más de algún trauma. En muchos casos, cuentos relacionados a drogas, de conflictos y materialismo obsesivo. Personas capaces de vivir con 10 horas diarias laborales a 90 minutos de un supuesto hogar; entre el bullicio y velocidad de las micros, tacos de autopistas, ataques “de lanzas” en el Barros Arana, y con ese olor constante a mariscal caliente los fines de semana.
Entre todo lo superficial que se ve en los estacionamientos del “Plaza del Trébol”, se guardan muchos testimonios de esfuerzo, de superación personal, de exitismo. Si las calles de Concepción hablaran, de seguro relatarían un millar de historias fatuas.