El recuerdo más antiguo que conservaba de su madre era cuando él se empinaba apenas por los cinco años de edad. Era una tarde alta de arreboles, se ve llegando de la calle apurado (“Mi talón de perro”, le decía siempre ella, entre formal y risueña, al verlo llegar a casa hecho un pililo). Viene llegando de la calle y trae una pequeña gran duda atravesada en su cerebro de niño. Su madre, sentada en la cocina, está entonando un corito evangélico mientras se seba de uno de sus litúrgicos mates de la tarde. Entonces irrumpe él y le pregunta, con cierto vago temor –no vaya a ser cosa que ella tampoco lo sepa y por eso se vaya a sentir mal-, le pregunta despacito: “¿Mamá, cuánto es tres más tres?”. Y ella, rápida y alegre como un ábaco de colores, responde: “Seis, pues hijo”. En ese momento sintió a su madre más alta y más hermosa que todas las tardes del mundo.
Libro: Himno Del Ángel Parado En Una Pata.
Autor: Hernán Rivera Letelier.
2003.