Mientras transitaba solitario por el anochecer reciente de aquel día, esquivando al viento invernal que me apresaba por las callecitas del Barrio Madera, me tropiezo con una escena que llama mi atención. En la plazoleta siguiente, justo al frente en mi dirección, dos muchachos avanzan presurosos pretendiéndose escapar de la lluvia, que con aislados goterones anunciaba su caída.
Los personajes: una chica de aproximadamente 17 años de edad (muy bonita por lo demás), se hacía acompañar por un chiquillo desabrigado, delgado, a simple vista cuatro años menor que ella. Ellos no se dan cuenta que de entre las sombras de los antejardines, a muy poca distancia los observo.
La muchacha abraza al niño en una acción natural y algo protectora. El chico visiblemente molesto por ese gesto de cariño le refuta lo siguiente: ¿Para qué me “abrazaí”?! ¡No me gusta que me abracen! Ella le responde en un tono conciliador y casi maternal: Pero si somos hermanos… de que te preocupas? _Pero a mí no me gusta que me “abrazí” tú…! aparte... nos pueden ver mis compañeros. Le respondió el muchacho. Ella, como sacando frases desde lo más íntimo de su corazón le contesta: Déjame abrazarte ahora que estás “chiquitito”, porque cuando más grande serán otras las que te abrazaran y que a lo mejor yo, no conoceré nunca. Ahí te olvidaras de los abrazos de tu hermana y no los vas a necesitar jamás.
El chico más convencido de aquella idea se resigna, y se allega a su hermana con rostro entremezclado de placidez y conformismo. _Tonto! ¡Te dije que te pusieras casaca porque nos iba a llover! Ahora te aguantas si yo te tengo que cubrir. Fue la última expresión de la hermana. Luego de ésto, ambos se pierden entre risas por los callejones empozados del Madera, sin haber notado mi muda presencia.
En el instante adecuado, dejo escapar un suspiro vago motivado por la emoción de tan particular escena. Sigo en mi ruta a casa entretenido: pisoteando el agua y jugando con el viento y la capucha de mi parca, pero a la vez, meditando en las palabras de aquella hermana. Cuanta verdad y sentido, pero también… ¡cuanto error en las frases de la hermosa niña! Si bien, uno ha crecido y ha probado el calor de otros brazos, hay momentos en la vida en que el frío de las tormentas circunstanciales de tu destino, te hacen anhelar el abrazo protector de un ser querido. Quizás en esos momentos, el abrazo de un hermano o una hermana sea tu mejor abrigo. Son las cosas de la vida… de seguro, ya lo entenderá aquel niño.
Los personajes: una chica de aproximadamente 17 años de edad (muy bonita por lo demás), se hacía acompañar por un chiquillo desabrigado, delgado, a simple vista cuatro años menor que ella. Ellos no se dan cuenta que de entre las sombras de los antejardines, a muy poca distancia los observo.
La muchacha abraza al niño en una acción natural y algo protectora. El chico visiblemente molesto por ese gesto de cariño le refuta lo siguiente: ¿Para qué me “abrazaí”?! ¡No me gusta que me abracen! Ella le responde en un tono conciliador y casi maternal: Pero si somos hermanos… de que te preocupas? _Pero a mí no me gusta que me “abrazí” tú…! aparte... nos pueden ver mis compañeros. Le respondió el muchacho. Ella, como sacando frases desde lo más íntimo de su corazón le contesta: Déjame abrazarte ahora que estás “chiquitito”, porque cuando más grande serán otras las que te abrazaran y que a lo mejor yo, no conoceré nunca. Ahí te olvidaras de los abrazos de tu hermana y no los vas a necesitar jamás.
El chico más convencido de aquella idea se resigna, y se allega a su hermana con rostro entremezclado de placidez y conformismo. _Tonto! ¡Te dije que te pusieras casaca porque nos iba a llover! Ahora te aguantas si yo te tengo que cubrir. Fue la última expresión de la hermana. Luego de ésto, ambos se pierden entre risas por los callejones empozados del Madera, sin haber notado mi muda presencia.
En el instante adecuado, dejo escapar un suspiro vago motivado por la emoción de tan particular escena. Sigo en mi ruta a casa entretenido: pisoteando el agua y jugando con el viento y la capucha de mi parca, pero a la vez, meditando en las palabras de aquella hermana. Cuanta verdad y sentido, pero también… ¡cuanto error en las frases de la hermosa niña! Si bien, uno ha crecido y ha probado el calor de otros brazos, hay momentos en la vida en que el frío de las tormentas circunstanciales de tu destino, te hacen anhelar el abrazo protector de un ser querido. Quizás en esos momentos, el abrazo de un hermano o una hermana sea tu mejor abrigo. Son las cosas de la vida… de seguro, ya lo entenderá aquel niño.
Me detengo en la esquina y la lluvia me sorprende rauda a la salida del Barrio Madera. Ya no importa si me mojo. Sólo restan dos cuadras para llegar al calor del ansiado destino: Mi hogar.